El hecho de asistir a una junta de vecinos me ha alterado la tranquilidad que yo tenía. La instalación de un ascensor en la comunidad ha encendido los más bajos instintos de algunos vecinos que no hablan sino ladran de manera histérica en esas juntas. Eso me ha dado pie, después de comentar con mi hermano esa forma de conducirse de los vecinos, a pensar mal de la gente y me ha venido al recuerdo otras gentes asquerosas que tuve que tratar para mal. Mi hermano, en vez de calmarme, me alteró más contándome anécdotas del puto taxi y de gentuza variopinta. A mí me trató de pardillo y de que no conocía cómo iba la gente, lo mala que es y luego se colgó varias medallitas porque él sí que sabe. El caso es que lo del ascensor valdría para hacer una película de Berlanga o de Álex de la Iglesia, con asesinato incluido. En este capítulo, todos son malos y todos se llevan mal: los que instalan el ascensor, los vecinos entre ellos. Es una pena que algo que es bueno para todos, aunque funcione mal por ahora, haya creado tantas divisiones. Por eso yo no me fío ni de mi padre: toda la gente es mala.
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