Aunque la noche es fría, nos disponemos a pasear, que tenemos tendencia a acumular grasa. Empezamos hablando de los compañeros de su trabajo. Qué mal. Que mal se portan. Luego yo le digo que mi brazo no es la barra del metro y le doy un beso. Me pongo los guantes y seguimos. Pasamos por un restaurante y nos entra hambre de imaginarnos pidiendo de lo mejor y comérnoslo pero seguimos. Vemos al negro del supermercado dispuesto quizás a pedirme algo de dinero pero se mantiene lejos con otro que le da unas monedas. Hablamos de los vivos y los muertos, lo tranquilos que se quedan los muertos que ya no hacen nada, se quedan ahí y no tienen ya que ducharse ni levantarse temprano ni nada, qué a gusto se quedan los muertos. Leo el periódico en el bar en el que tomamos un café después de haber andado una media hora. Hay una representación teatral que se llama no sé que mortem, en latín y la llevan un matrimonio que piensa que hay que preparar el momento de la muerte, hay que asumirla. Luego leo a Marsé que dice que se lee la prensa todos los días y lleva doscientas páginas de su nueva novela. Un país de cabreros, dice por España.
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