Como las cosas han cogido este cariz de no hacer nada que no sean prácticas domésticas como la comida, la limpieza y cosas del estilo, el sillón de la Academia está frío esperándome, el púlpito de Estocolmo donde debo yo dar el discurso para recibir el Nobel también está deshabitado y ausente. Las librerías esperan con ansia uno de mis ejemplares para regocijo de los posibles lectores que nunca voy a tener. Yo digo que a ver si a la semana que viene me pilla un torbellino creador y en cuestión de horas preparo yo una de romanos u otra de la construcción de la catedral de Burgos o cosa así, que no hubiera otra cosa que hacer que leerla y recomendarla a la vecina. Pero no. Ando yo liado con una historia que se va prolongando, prolongando y que no termino nunca porque no sé qué hacer con el protagonista principal, no digamos los secundarios, que los voy a matar porque no me dan más que tabarra y no sé qué hacer con ellos. En fin, veré de rematar esta historia a ver si me sale otra más risueña, más de moda, que venda más, que me entretenga y se lea. Cuando todo es mohína, no sale cosa fina.
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