Somos esclavos de lo que hacemos, claro está, pero podemos analizar lo que hacemos y si no es bueno, mandarlo al carajo. Para eso hay que poner la vista en nuestro pasado más reciente o más lejano y ver qué hay de bueno en lo que conocemos o hemos conocido. Si nada de este pasado es bueno, ¿para qué seguir cometiendo errores? Para darse cuenta de estos errores es buena la soledad: una semanita de no ver a nadie que te confunda en tu análisis, una semanita sin oír estruendos, sin oír estupideces, sin ver cosas desagradables, aburriéndote en tu casa como una ostra pero una ostra feliz que ve más allá de los colorines que te ofrece la gente, que deja de oír chapuzas verbales insidiosas, que deja de sentir el desprecio de la gente que además es despreciable. Si una persona despreciable encima te desprecia a ti, ¿entonces? Es un desprecio doble. Es mejor estar en casita, tranquilamente, haciendo una paella o barriendo el suelo y sanseacabó.
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