Aquella noche en que los amantes se dejaron bañar por la luna
todo estaba presidido por una tranquilidad azulina.
Al amanecer, un amante no despertó.
El otro no supo a quien llamar, a quien comunicar el trágico hallazgo.
Eran amantes prohibidos los dos.
El muerto (era él quién murió inesperada, inadecuadamente) estaba tendido en la cama en fea torsión.
Ella no sabía qué hacer, el miedo se apoderó hasta de su cabello.
Estaban en casa de ella y su marido volvería a la hora de comer.
Horror, horror, horror.
El muerto estaba totalmente desnudo, como correspondía a tal actividad que habían llevado a cabo toda la noche sin descanso.
Ella llamó a la policía. Todo se supo. La vida de ella en estos momentos parece el garabato retorcido de un loco.
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