Si me asomo a la ventana veo el temblor de un árbol
en la noche.
Es curioso. También noto ese temblor.
Pero no como cosa metafísica.
Noto ese temblor como lo notaría yo ante el viento y el frío.
Como lo he notado yo algún día en una acera de perros.
Y es que ese árbol y yo somos el mismo árbol.
Somos dos seres que estamos aquí, en el mundo.
En el verano, ni se movía una hoja.
Yo echaba la siesta y estaba quieto y desnudo.
Después, cuando la noche se calme como un niño en su cuna,
el árbol notará que el cielo engendra rosas,
que los bares suenan, que yo me levanto, que tú te levantas,
que el autobús gime de gente tibia.
Y el árbol me notará a mí,
despierto, quizás pensativo por un rato
y sin quererlo, vivo.
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