El niño abrió la jaula del pájaro y este se rompió una ala al darse contra el cristal de la ventana. La madre le volvió a meter dentro y el pájaro volvió a cantar. La suciedad del cuarto hizo que la madre pensara en colgar al pájaro en el cuarto de baño. Allí había un gran espejo. El pájaro se vio a sí mismo con el ala rota. Empezó a entristecerse y a no comer. El espejo era su mala conciencia. Pero días después pensó: yo, antes de verme en ese espejo, era feliz y cantaba y no sé por qué ahora no he de hacerlo.
Por otro lado hay gente que se dedica a espiar a los demás. No son nuestra conciencia pero sí son espejos-incordios que todo lo nuestro lo registran y lo difunden.
Ojalá no existieran ni los espejos ni las conciencias para poder hacer lo que nos dé la gana y no tener esos escrúpulos a la hora de hacer algo.
De todos modos, esas gentes que espían, no saben ayudar. Solo saben mirar y mirar incansablemente, como la conciencia, como un espejo.
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