Son las ocho y diez del día 20 de septiembre de 2017. Ya va clareando. Acabo de desayunar y de leer la prensa. La mañana que me espera ya la conozco y no creo que me depare sorpresas. Ansío ir a algún sitio desconocido o especial, donde haya música o la música me acompañe pero mientras me voy a ir a Las Rozas a eso de las nueve, después de escribir un poco. Tengo que acabar la novela de mi vida que ocupa unas cien páginas. Ojalá pudiera yo escribir la historia de mi vida con mi propia vida, firmando una vuelta al globo o tirándome en paracaídas.
La vida va dando vueltas, como hace el mundo todos los días sobre sí mismo; la vida es una noria puede que un poco absurda, puede que un poco tiránica, puede que un poco insistente.
La novia que no tengo se desnuda para entrar a la ducha y mojarse el cuerpo con deleite antes de coger el metro y llenarse de la suciedad del ambiente. Luego trabaja hasta las tres.
Los perros son esos animales que viven tristemente con el hombre en las ciudades exhalando melancolía, sudando la pobre hiel que sudan los humanos.
Yo me retiro al camino, camino que me espera hoy. De su mano, llegaré al pueblo de al lado y luego volveré a casa. Haré un camino incesante y terco como la lluvia que no cae.
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