El Escorial es muy bonito porque parece que te habla la piedra. En Toledo, cuando vas por las callejuelas, también te hablan los siglos. En Alcalá de Henares y en la Salamanca del Tormes te hablan las leyendas, las universidades, el Lazarillo, Cervantes que estudió en la ciudad madrileña y tantos otros escritores renacentistas que blandieron su pluma para quejarse o para crear otro mundo porque este no les gustaba. Me gusta el Renacimiento: se dieron en esa época el descubrimiento de los clásicos y su renovación y también un modo optimista de ver el mundo, un modo culto de ver las cosas. La primera parte del Quijote obedece a ese ideal de que las cosas tienen arreglo, de que la vida es bonita. Luego llegaría el barroco y la vida se sumió en un caos que Dios creaba para su desentrañamiento, su sutil análisis inteligente. Así son "Los sueños" de Quevedo y otras obras en prosa del autor, en las que todo está enmarañado, todo el mundo engaña. Me parece que vivimos un barroco en el que todo está mezclado y nada es lo que parece. La sinceridad y la verdad se han aparcado en un parking subterráneo y no salen a la luz nunca. Qué falta nos hacía un renacimiento de las ideas, de los cargos, de los que gobiernan, de la literatura, del amor y del hombre y la mujer que hoy en día están sumidos en un caos de confusión, de engaño, de divorcio continuo, de las pocas ganas de mostrarse tal cual uno es.
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