"El sí de las niñas" es una obra de Moratín hijo que tuvo mucho éxito en las tablas. Es una obra sencilla que trata de una sobrina que van a casar con su tío viejo. Es horrendo pensar en tal casamiento, como le pareció a Moratín. Pero lo bueno de esta obra es el equilibrio que hay en ella. Transcurre en un día, en un solo escenario y también tiene unidad de acción. La acción es muy clara. Es una joya de la literatura neoclásica que quiso romper con el teatro fantástico y absurdo que había en aquel entonces. Sería un trabajo ingente cultivar el gusto de la gente actual con obras que llevaran mesura, enjundia y realismo al cine, a la televisión y a la literatura. No hay más que zombis, enajenados que ponen bombas, crímenes horrendos y sofisticados en la escena actual. No hay quien vea una película como Dios manda en la televisión, que tenga la medida del hombre: todos son exageraciones a cada cual más brutal. El buen gusto se perdió hace ya mucho tiempo y los monstruos abundan en todos los lados. El hombre no quiere al hombre en el arte: quiere violencia sofisticada y mucha acción que sonroja la inteligencia. Hemos llegado a la estupidez por la estupidez en la creación de historias. Es hora de contar la realidad del modo más claro, sin asesinatos, sin zombis, sin estúpidas persecuciones de coches. Nadie hay que escriba el guion de una película que llegue al corazón del ser humano. Yo, si pudiera, acabaría con estas películas pero no estamos en 1806, año del estreno de "El sí de las niñas".
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