Tengo pocos amigos: dos amigas con las que paso un rato por las tardes tomando un café; un amigo de Madrid con el que hice la carrera de Filología al que veo una vez al mes en su trabajo, a la hora de comer; un amigo que aparece cuando le da la gana y me mete un rollo sobre cualquier tema y que cuando se habla de política se pone insoportable; unos amigos a los que la vida les ha ido mal y que se ponen en un parque de la ciudad a charlar. Y mi hermano, con el que a veces discuto porque él ve la vida de manera diferente que yo. El se toma la vida como viene y no le afecta la monotonía ni la rutina diaria. A mí sí me afecta.
Los amigos de la asociación de enfermos mentales no son tales: no tengo una relación con ellos más allá de la propia asociación. Son gente que solo veo los sábados por la tarde.
Y luego me tengo a mí, que soy mi mejor amigo de aquí a Lima.
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