La mañana ha pasado como un recuerdo de lo que es la vida: una búsqueda de algo mejor que no llega. La soledad acuna nuestra alma para que se duerma porque no hace más que llorar. En las redes sociales se agita un mundo de amigos virtuales mientras los ancianos pasean su pena por la ciudad y ni los pájaros los tienen en cuenta.
Yo escribo para no pasar las horas de la siesta tumbado sin la suave caricia de Morfeo diciéndome que duerma. A esta hora hay un silencio de estómagos que trabajan y de sol que estrella sus rayos contra las esquinas de los bloques de ladrillos.
Las habitaciones de la casa se disponen para los casados que se dan al goce sexual como los insectos que sobrevuelan la casa, insomnes.
Hay muchas maneras de mirar la vida pero es igual de breve para el que se mueve en el desenfreno que para el que dormita en ella como un pequeño roedor que viera pasar el tiempo desde su pequeño agujerillo.
Me sobo mi barriga llena de grasa. La grasa de hoy será el hambre de mañana, cuando en la Tierra no haya más que bocas que gritan y que piden pan.
La tierra da las mismas vueltas pero el hombre da unas vueltas muy extrañas en ella.
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