Parece ser que a mí no me conviene viajar. Por otro lado, tampoco conduzco. Por otro lado mi hermano no es muy dado a los viajes. Me conviene, más bien, una cómoda rutina.
La rutina no está reñida con una imaginación abundante. He leído que a George Simenon le llamaban el imbécil genial. Fue un escritor del que no sé nada ni he leído nada de él pero los escritores mayores se sorprendían de cómo podía crear esa obra que creó.
Leeré algo suyo a ver cómo escribe ese tipo.
La vida nos ofrece oportunidades de trascenderla, de hacer de ella algo más que tiempo vivido.
Por el arte, por las obras podemos trascender nuestra vida.
Si solo nos dirigimos por los objetos que hay en el mundo o por los hechos de otros, no trascendemos la vida, nuestra vida.
Ahora, en mi casa, no pasa nada, nada trasciende. Todo es quietud, descanso y aburrimiento. Pero puedo hacer que esto se reconvierta.
Pasear hasta el otro lado de la ciudad puede aportar al observador miles de cosas en las que fijarse y pensar en ellas.
Cualquier actividad tiene su recompensa, por tonta que parezca.
La vida no es solo acontecimiento, sino observación atenta de lo que nos rodea.
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