Mi hermano está viendo el telediario y salen en él una serie de celebridades a las que yo no sigo. No sé quién es Jennifer López ni tantos otros que se reúnen para darse premios y agradecerse vivir en el mismo mundo de famosos. Luego vienen los deportistas, siempre los mismos. Siempre ganan los mismos. Siempre las mismas caras diciendo lo mismo como un puré que hay que tragar todos los días. El telediario es una imagen de cómo está montado este mundo de jerarquizado y divinizado. Los dioses y los fans forman un grupo selecto de idiotas que se escuchan los halagos como si fueran un ego que hay que alimentar constantemente.
El día que en el telediario pongan la historia de un vecino de Villaverde y le ensalcen por ser una persona normal, esa será una verdadera noticia que dé ejemplo a los demás por lo auténtico y verídico y no esas caras de cartón que casi dan miedo ya de lo repetidas y empalagosas.
Yo me voy a dedicar a escribir unas horas a ver qué resultado obtengo. Últimamente no me fío de mi imaginación roma, de mi estilo farragoso y pedestre y de mi capacidad para crear ni siquiera la vida de un ratón.
La fama acompaña al prodigio, pero no lo hace.
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