Me levanto a las diez y me ducho cada dos días. Paso dos horas frente al ordenador cada mañana. Suelo ver a mis amigos cada martes y miércoles. Hago la comida religiosamente. Hoy toca garbanzos con bacalao. Sigo todas estas normas para que la rutina tenga un cauce que seguir pero sigue siendo rutina. No creo que las demás personas vivan una vida más intensa. La vida en la meseta es ardua como la arena. No espero de la vida nada más que esta melancolía de las horas que pasan. Yo, como soy bipolar, espero la brisa de la euforia pues el hálito maloliente de la tristeza ya lo llevo sintiendo durante mucho tiempo.
Las aceras no dan más que ganas de estar en casa y en casa, las horas se hacen de chicle. Leo libros de la biblioteca que me sumen en un mundo alejado del mío por una semana o dos.
La playa está fría durante el invierno y hay que esperar al verano para desear y cumplir una escapada. Mientras, lo mismo atenaza a la persona que debe no volverse loca de aburrimiento. Todos los días camino seis kilómetros.
Lo mismo es despertarte y ver las noticias en internet, comer y pasar otras dos horas frente al ordenador para ver si tu cabeza pare algún ingenio de palabras.
Si la rutina manda, haz un esfuerzo.
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