Todo el mundo proyecta su personalidad en los demás: quiere que los demás sean como él. Yo no soy menos. Por eso, a mí la gente que ha pasado su juventud emporrándose o tomando pastillitas en discotecas mientras le hacían la vida imposible a los profesores que tenían con sus bromitas y chulerías de niñato tonto no me van.
La gente que no ha leído en su vida un libro no me va y la gente que en pleno siglo XXI no sabe escribir no me va. La gente se cree que todo hay que perdonárselo pero no. No todo es perdonable y menos cuando la personalidad que los mira proyecta su vida sobre ellos y ve que son fatuos, intranscendentes, autocomplacientes y unos estúpidos de tomo y lomo.
Esta gente tiene a bien reírse del error ajeno, dar grandes carcajadas por nada, asombrarse de todo. No me extraña. Son necios. No están educados aunque hayan tenido todas las oportunidades del mundo para educarse. Han preferido evadirse de la realidad, de esa dura realidad que dicen ellos que han vivido. Y no. Su realidad ha sido tan vulgar como la de los demás. Lo que pasa es que era más fácil dilapidar el dinero de sus padres en la droga y las fiestas que leerse un libro y aprobar el curso.
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