Decía Cándido en la novela del mismo nombre que vivía en el mejor de los mundos posibles. El que piensa así es muy feliz porque no necesita mejorar, no tiene la inquietud de que su vida tenga que cambiar para conseguir ser mejor o conseguir más cosas.
Cuando uno llega a la candidez de pensar que su vida es el culmen de toda felicidad, llega algo que trastorna ese sistema y todo se va a a la porra.
Cuando amarillean las hojas de los árboles y el suelo se alfombra de hojas, la felicidad cabe en un puño de la mano.
Cuando intentas superarte y lo vas consiguiendo poco a poco, viendo los resultados, la felicidad vuela sobre tu cabeza de manera ordenada.
Cuando no hay problemas a la vista, la felicidad te viene a visitar.
Cuando te levantas de buen ánimo porque sabes que va a ser ese un buen día, la felicidad te besa la boca indecentemente.
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