Unos días indecisos, en que las promesas del día siguiente son pobres porque no hay evidencia de revelación sublime, en que la tristeza de la rutina habitaba en mí como un gusano torpe que me repelía el presente que yo vivía, esos días indecisos han venido como una tromba estúpida de mañanas costosas de levantar el ánimo y tardes de renuncia a la vida.
Me da asco pensar en estos días en que no he hecho nada que valga la pena, en que me he resentido de mi propia vulgaridad ante la vida, en que el sol ha pasado por encima de mí y nada ha pasado en mi interior. No he viajado, no he conocido cosas nuevas, no he accedido al don de la expresión literaria, no he vivido propiamente la vida.
Pero mañana quizás haya una oportunidad para hacer algo único, estar completamente feliz en mi capullo de seda y dejar de ser una crisálida asustada en su agujero.
La evidencia de la revelación hace posible las promesas.
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