No tengo ganas de evocar la primavera porque estoy sombrío. Los campos estarán verdes por poco tiempo por el calor que enmudece el frescor pronto. Mi paisaje es una desolada elevación de ladrillos que oprime al trabajador con una deuda. El asfalto es mudo y negro como la muerte que nos espera. Los árboles que crecen en las aceras muestran sus hojas aisladas, sin bosque ni color. Hace ya mucho tiempo que vivo rodeado de la dureza, de las altas esquinas de las viviendas, de la inexpresividad de las aceras. Fumo cigarrillos, relleno unas hojas, resuelvo la mañana como puedo, miro la suciedad de mi casa y la barro. Me siento a fumarme otro cigarrillo, cojo un libro y me libero de la realidad de mi alrededor con algo inventado por un escritor que quiso entretenerme. Mundo de piscinas, de césped y garajes escondidos, mundo aburrido que siempre dice lo mismo. El campo estará verde. La soledad me dice que la vida está en otra parte. Leo unas páginas. Fumo un cigarrillo.
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