Entre los amigos que yo tengo
hay uno que no tiene cama, no tiene qué echarse a la boca,
no tiene nada.
Anda por las mañanas matando el tiempo
con una charla,
entreverando el sol en su piel con el futuro.
Por las noches pasa frío y por el día pasa hambre.
Siempre busca amigos que le den algo
aunque sólo sea conversación para desviar su pena,
la pena de ese milagro que no llega.
En una pequeña plaza
cuenta sus desventuras,
recuenta sus magulladuras
y no se cansa de repetir: en unos días cambiará mi suerte.
Pobre hombre, pobre destino, pobre cama y pobre boca.
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