el niño juega que juega ha llegado hasta El Ferrol, donde viven unos tíos, ve el mar, pesca un calamar, ya vuelve a Madrid.
El parque reúne pocas pero esenciales cosas.
Las madres hablan de otras madres, la tarde pasa, el bocadillo llena un cuerpecillo de futuras melancolías, llega el ocaso como el recibo del día, las madres se cansan, el niño ya baja por el tobogán hacia la juventud, quizás, y el moribundo sol se da una tregua. La noche.
Un poeta ha anotado dolorosas punzadas del corazón en el cuaderno.
La casa reúne el mundo que será mañana.
Un niño se ha montado en el sofá y quiere ir a la luna.
El móvil suena en la habitación y hay un arrullo suave de las paredes a los que encierra dulcemente.
La cena. La noche otra vez, una noche que prorroga juegos y trabajos por igual.
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