Cuántas veces hemos pensado, con respecto a los demás, qué malos hemos sido o nos hemos portado, haciendo o diciendo tal cosa que pudiera haber ofendido a tal persona. Nos perdonamos diciendo que nosotros pensamos de tal forma y que si ha sido molesto, pues es nuestra personalidad y que nuestra personalidad no siempre está acorde con los demás, sino que disiente de los demás y así provoca malestar lo que decimos o lo que hacemos pero es nuestra verdad y así la expresamos aunque moleste a alguien, sea este familiar, amigo o incluso extraño.
A veces reaccionamos a lo que nos hacen los demás murmurando con los que tenemos cercanos sobre esos que nos han hecho daño porque sentimos temor o vergüenza a decir a quien nos dañó: mira, me has hecho esto y no me gusta. O hay veces que el que nos ha hecho daño no quiere reconocer ese daño y el dañado lo da por bueno hasta que se le pasa el rencor refunfuñando por ahí con otras personas. El caso es que hay heridas que solo las cura el tiempo y lo que se dijo antes no vale ahora porque todo el daño ya está curado.
Decir lo que se siente no debe herir a nadie pues.
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