Me da pena que Madrid y sus contornos y otros sitios se contaminen de nuevo por el uso desmesurado del coche. Con lo limpio que ha estado el cielo estos días.
En fin, ya las calles llenas de gente a todas horas, ya el ruido, el tráfico, el humo, las prisas, las compras compulsivas, los cumpleaños abarrotados, los niños chillando, los coches que van y vienen, los mercados, la señora gorda que va con bolsas en la mano y las piernas se le tuercen por el peso.
En fin. Con lo bien que hemos estado en casa entretenidos con cualquier cosa, sin comprar más de lo necesario, llamando por teléfono a ese amigo o familiar con cuya conversación llenábamos las tardes aburridas.
En fin. Con esos paseos a comprar sin ver a nadie más que al que tenía un perro y le paseaba. Escribiendo en el blog cualquier idea que se ocurriera por mala que fuera, criticando al gobierno que lo ha hecho mal mal, no como en Portugal.
En fin. Otra vez el ajetreo, la marabunta diaria, el jolgorio conversatorio en la calle (¿Y qué tal tu hija?).
Otra vez lo de siempre. Se acabó lo impensado. Se acabo el orden. Se acabó el silencio.
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