martes, 7 de agosto de 2018

El verano hace que las horas sean largas y como de chicle. El verano traía antes un deseo grande de disfrutar, de vivir la vida. El sol que aprieta parece decirte que tienes que apurar el ocio hasta la noche. He conocido veranos de mucha intensidad vital, lleno de amistades, lleno de fútbol, lleno de piscina azul, lleno de conversaciones y de chicas guapas en bañador o con ropa suelta, lleno de fiesta en el pueblo. Ahora está demasiado vacío. Son solo muchas horas que pasan. Muchas horas de luz y calor que se ahogan bajando la persiana. Mucho tiempo que se va sin amigos. Por eso ya no es mi estación favorita como lo era mucho tiempo atrás, cuando yo era vital como el sol.
Ahora prefiero el otoño. La gente se acomoda en sus trabajos y los niños dejan de chillar porque van al colegio. Ya no hace calor ni tanto sol, las cosas se van acomodando a un tiempo más calmado y tranquilo.
Será que he cumplido bastantes años ya. Será que ya no juego, no me aventuro con la bicicleta, no disputo ningún partido de fútbol lleno de emoción.
El verano ha perdido su significado para mí. Mi cuerpo ya no es capaz de responder a tanto día libre, mi cuerpo ya no conoce la libertad de rodar por carreteras o de nadar por una laguna.
Mi cuerpo se ha cansado, mi cuerpo ha engordado y envejecido.

El verano es muy joven. Hay que ser muy joven para apreciarlo y gustarlo.

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