Había una vez un colegio lleno de profesores mayores, próximos a la jubilación todos ellos. Eran funcionarios ejemplares, todos ellos. Eran narcisistas, todos ellos. Creían que no había nadie por encima de ellos, todos ellos. Pero se fueron jubilando. Acababan sus días dando paseos o se retiraban a un pisito en la playa a ver el mar. Y un día, poco a poco, callando, les alcanzaba la muerte. Ya no había nada que hacer que estarse muy quietecito, aquellos que estaban siempre innovando, creando, trabajando en aras de unos alumnos que debían sacar un diez.
Un joven profesor que pasó un año en ese colegio vio cómo le mantuvieron relegado a leer el periódico en las horas libres. Los profesores mayores, ancianos, viejos le negaban la charla, no eran de él y él no era de ellos. Este joven profesor, con los años, se murió también pero no negó la compañía y el buen humor a nadie que se lo mereciera. Y no presumió tanto como estos profesores viejísimos, que presumían de todo, sobre todo, de ellos mismos.
Funcionario y viejo, ponle lejos.
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