Las mañanas ya son amplias como plazas
porque el sol ilumina la calva del vecino y los geranios.
Los gemidores enamorados en el hotel pulen los cuerpos mientras por el balcón les acucia la calle con sus ruidos y sus melones abiertos.
Es verano.
En medio de agosto y su luz, los gozos gimen a la sombra.
Para que la hembra descanse, las sábanas deben morir a la orilla del parqué.
En el jardín botánico, las sombras juegan con las luces a atrapar la siesta de los faunos.
Y así, yo voy caminando por el calor oscuro del asfalto, hasta que el agua deje de sonar y la noche caiga con su bendición de aire denso y amamantado de estrellas.
Pero queda toda la tarde y nada hay más codicioso que un amante.
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