El tiempo pasa, las cosas pasan, la gente pasa. Sólo queda el recuerdo de los que hicieron grandes cosas por el mundo, como descubrir la penicilina o firmar un tratado de paz.
Pero también queda el olor de la gente que va en el metro. Es un olor que se queda en la memoria olfativa de uno, para siempre y perdura más allá del tiempo. Es el olor de la gente.
Seguro que en las calles de París, durante la revolución francesa olía así, a miliciano que no se lavaba porque había que matar a los marqueses y a los burgueses.
Ea, dejemos que la historia de la humanidad se resuelva en olores de gentes que iban y venían con pancartas, fusiles, carteras, bolígrafos y allí se juntaban todos para ir hacia un futuro que les esperaba no con letras de bronce sino con efluvios sudorosos que llegaban a las regiones altas de las narices de la misma gente que hacía más gente que hacía historia.
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