Con el solecito este que ha salido de repente, como si ya no existieran días luminosos en la Tierra, me he animado en gran manera porque se han suavizado mis soberbios deseos que no me dejaban vivir. Yo quería ser un gran escritor pero lo que seré es un aficionado a escribir sin grandes pretensiones a partir de ahora.
Este sol me ha llenado el alma de un licor dulce de tranquilidad y de disfrute, del pequeño disfrute del día.
Este sol muy agradecido por mí ha despejado el fantasma de la muerte que yo últimamente llamaba sin saber por qué y el de la decadencia y el de la poca fuerza del vivir que había en mí. Estaba un tanto deprimido estos días quizás porque el invierno me estaba corroyendo los huesos de manera que no me dejaba ver mis ojos más que miseria a mi alrededor. Al fin estoy contento, al fin puedo gritar que la vida merece la pena vivirla y no morirla como hace pocos días. Da gusto que el sol a raudales entre por las ventanas llenándolo todo de luz y de ganas de disfrutar de lo que se pueda, osea, de un día de sol.
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