La acera se va llenando de vacío humano porque llueve. La guerra arrecia lejos. La vida se acompasa con los minutos de soledad en casas llenas de cristales llorosos y el tiempo avanza sin dulzura, sin el menor indicio de que todo vaya a mejor. Yo no sé qué escribir, de qué escribir porque la historia de un enfermo mental no interesa a nadie. Los enfermos mentales estamos bastante marginados, nadie quiere saber de nosotros, no somos más que un lío mental, aunque yo mismo me soluciono mis afectos y mis errores. Salgo a la calle y todo es silencio roto por las gotas de lluvia que caen en el suelo haciendo plis plis. A mi casa nadie viene de visita, a mi casa la tienen lástima, a mi casa solo llegan las buenas intenciones que no se terminan de cocer. Leo un libro de poesía que habla de ciudades antiguas, de soledades grandes, de momentos únicos y de atrasos de relojes que dejaron de funcionar hace media hora. Las bombas han destruido una vez más la fe en el hombre. Nadie viene, nadie sabe, yo no sé nada, la gente come tranquila y olvidada de mí.
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