Se ha muerto el padre de mi novia, Eva. Se llamaba Enrique y siempre le recuerdo sonriendo. Era muy buena persona, ayudaba a todo el que podía. Se quedó hemipléjico y en su enfermedad (siempre sentado en una silla de ruedas) dio un ejemplo de entereza a todos los que le conocimos. Nunca se quejaba, tenía una fortaleza mental fuera de orden para aguantar horas y horas quieto. Un vecino venía a jugar con él al ajedrez. Se llamaba Antonio. La verdad es que yo le embromaba y él me recordaba cómo se zambullía para coger pulpos y erizos allá en las playas de Canarias, donde tuvo su residencia una vez. También recordaba sus tiempos de ingeniero en el aeropuerto de Las Palmas. Debió ser un tipo alucinante antes de padecer ese ictus malvado. No se quejó nunca, ahí radica toda su grandeza y siempre tenía una sonrisa en la boca para todo el que le saludaba. Eva le quería mucho, hasta sus últimos días puso todo su empeño en él. Se fue. Dios le tenga en buen puesto, como dice mi madre.
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