Para que a uno le pasen cosas importantes, uno ha de hacer esfuerzos titánicos que no todo el mundo está dispuesto a hacer. A los que no nos pasa nada en el transcurso del día es porque esperamos a que ese día pase sin mayores turbulencias anímicas. El que pasa el día no aspira a nada, el que está por encima del día y por encima del futuro porque se adelanta a él, gana méritos suficientes para que sus días se conviertan en el cañamazo de su gloria.
Yo, desde que tenía 15 años, aspiraba a ser escritor. Y escribía. Lo que pasa es que mis escritos eran desordenados y no llegaban nunca a un desenlace. No tenía yo la disciplina necesaria para escribir algo valioso. Quizás lo único que hice fue practicar en balde, emborronar cuartillas. No tenía yo ninguna dirección, ningún mentor que me dijera "hazlo así o asá". En mi casa las letras no se valoraban mucho. No se valoraban. Yo tenía el bolsillo lleno de papelitos con escritos que no valían una mierda. Pero yo tenía una visión un poco mesiánica de la vida en el ámbito literario y creía que al final mis escritos triunfarían. Ahora me doy cuenta de que para triunfar hay que levantarse a las 5 de la mañana y no dejar de escribir hasta la hora de comer. Otra cosa que me pasó por medio de todas esas aspiraciones baldías fue mi enfermedad que también me tuvo entretenido o entorpecido en mi labor. Y por lo menos he sido profesor y me he ganado la vida. Tengo dos novelas escritas. No creo que valgan mucho. Bueno, eso lo tendrían que decir sus posibles lectores. Pero, ¿dónde están sus posibles lectores?
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