Al final, he conseguido reducir el consumo de cigarrillos de 30 a 20, por el sencillo método de fumar en la terraza y no llevar cigarrillos encima. Estoy contento por ello pero mi grado de felicidad no llega a donde tenía que llegar. Yo debería ser un escritor más o menos reconocido a estas alturas de la película, con cinco o seis novelas publicadas, de mucho interés literario, temático y de público y estar en todas las librerías que se precien de serlo. Entonces yo iría a las conferencias sobre mis libros con una bufandita azul al cuello, aunque estuviéramos en agosto, y en esas conferencias no se pararía de hablar ni un momento de mis libros y la gente que allí hubiera diría: "qué tío, que tío, qué cosas escribe" porque dejaría a la altura del betún al mismísimo Gabo. Gabo, a mi lado, pasaría a ser un escritorcillo provinciano que no contaba más que apariciones y milagros tontos que encandilaron porque todavía no había aparecido mi literatura, mi potente literatura de realismo mágico celeste revolucionaria. Y mis libros se estudiarían en los planes de estudio, amén. Y luego yo ya me podría morir tranquilo.
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