Uno se despierta tarde porque no tiene nada que hacer. Los madrugadores ya han conseguido casi todo lo que dan a cambio de cumplir con una misión: dinero por una mañana trabajando. Yo también madrugué en un tiempo y calculé que el día me salía a 50 euros. No me acuerdo ni de una clase que yo diera a unos chavales que querían formarse, ser mejores, aprender. Pero sí me acuerdo de todos los institutos que pisé. Cada uno comprendía una realidad distinta. En uno de ellos, un alumno tomaba pastillas recreativas, no antipsicóticas. Me acuerdo de muchas tardes en que yo preparaba unas fichas para hacer que el conocimiento fuera más entretenido. Era un juego de preguntas. Lo llevaba a cabo en el aula. En algunos institutos, los alumnos lo resolvían a la perfección. Solían ser estos institutos de mayor pujanza económica. En otros institutos, estas preguntas que yo hacía no las sabían más que unos pocos. Se saca la conclusión de que, donde no hay dinero, tampoco hay buena formación. Yo lo viví in situ. Los políticos, sobre todo los de izquierdas, quieren revertir esta situación. Para ello se precisa no cinco leyes de educación distintas sino una concreción en las aulas con buenos profesores, no tanta interinidad e inversión en educación.
Es mozo diestro el que aprende el oficio sin maestro.
Es difícil aprender sin maestro, pero se puede dar el caso. En ese caso, el que aprende es un genio.
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