Hay en Las Rozas un sitio al que llaman el Burgocentro. Dentro de este se ubica una zona que me gusta mucho visitar. El otro día, con Paco delante de mí, me fijé en la fauna humana que llenaba este centro. Había una señora con dos móviles sentada a mi izquierda. No hacía más que dar órdenes y pedir información a los que llamaba. Me causaba irritación y casi estrés oírla. Delante de mí, al fondo, había un hombre mayor con cara de alcohólico, de ojeras muy marcadas con el que se sentó luego un hombre rollizo de mediana edad a charlar. Acabó la charla y el hombre rollizo se fue a charlar con la camarera, que pronto me trajo el descafeinado y la horchata que habíamos pedido Paco y yo. Una madre con dos hijos de esos que llamamos retrasados estaban a la derecha, al fondo y muy delante de mí, también a la derecha, había un hombre calvo que bebía un vino. Me gusta este sitio y no sé muy bien por qué, pero seguro que iré más veces.
No se sabe quién muere ni quién vive.
Es así. No podemos imaginarnos la movida humana que hay alrededor nuestro mientras seguimos con nuestras vidas.
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