viernes, 2 de septiembre de 2022

 Suena el pito de un coche y suenan los perros, sus ladridos incomodan la tranquilidad de la mañana. A veces, uno desearía estar en el fondo del mar y no oír el rumor de la tierra, esa tierra que se llena de temores y contratiempos. Uno avanza como puede en un mundo lleno de máquinas y máquinas que lanzan mensajes, cruzan el cielo y suspiran de cariño por no sé quién. Esa es la idea: no sé quién recibe el consuelo de las máquinas, yo no. Mis padres son ya muy mayores y yo pierdo el humor un poco todos los días. Creo que como siga así, me volveré intratable y huraño como un hurón. Pero debe ser que la enfermedad que tengo no tolera el otoño; quizás sea eso, que el otoño se me ha atravesado en las entrañas de mi cerebro.


Ese tren que cruza Castilla

de madrugada, ese tren largo y perezoso...


Me gustaría ir en un tren que atravesase Castilla de madrugada, de una madrugada limpia como el agua de algún río.


No es posible ver los pensamientos, pero se puede juzgar por la expresión de los rostros.

Yo diría que por el lenguaje de una persona también podemos saber de ella.

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