Todo el que se alcoholiza o se droga para ver otros mundos o no estar en este se libra de luchar contra la ruda realidad que nos rodea. Los que somos plenamente conscientes de esa maldita realidad del día somos los que merecemos lástima.
El alcohólico es aquel que parece darse un baño de cloroformo todos los días, al igual que el que fuma porros habitualmente. Pasan de todo, pasan de la realidad circundante. El cocainómano también huye de la realidad. ¿Hay que tenerlos pena? Sí, porque no viven como ellos quisieran. Tienen una dependencia. Pero esa dependencia les hace estar independientes del mundo, de la basura que es el mundo. Porque ahora no vamos a descubrir que el mundo es un inmenso cubo de basura. Desde que te levantas hasta cuando te acuestas con ligeros variantes. Ellos, los enganchados a algo, se pierden ese contacto íntimo con el cubo de basura, lo obvian a su manera. Los hombres posmodernos también parecen saltarse a la torera eso de vivir la vida tal como es y pasan de todo porque saben desafiar al mundo y asumir retos en soledad.
Los que merecíamos que nos mirara un psicólogo somos los que nos levantamos y nos lavamos las legañas y no vamos derechos a consumir un producto que nos haga olvidar quiénes somos y el mundo que habitamos a base de lingotazos o caladas o polvitos por la nariz, sino que bregamos con este apestoso aire caliente que deja la gente y las paredes y las cosas y luchamos por sobrevivir un día más a esta locura que es la vida.
Si no te drogas, qué duro es el día.
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