Los domingos son mal día para pasear porque no me encuentro en el recorrido con nadie y uno se aburre de caminar solitariamente, pero al llegar a Las Rozas me he sorprendido grandemente con el montón de niños que he visto. En cosa de una hora, habré divisado unos veinte si no más en un radio de 10 metros cuadrados, en frente de la terraza, entre niños extranjeros y nacionales (a lo mejor cometo algún delito al distinguir entre niños de aquí y de allí, porque ahora todo constituye una vulneración de derechos de todo el mundo). El caso es que dicen que no hay niños en España. Yo no me lo creo del todo a tenor por la experiencia que he tenido hoy. Luego, en mi pueblo, he visto manadas de niños por la Gran Vía. No sé si es que solo los sacan a paseo los domingos, pero allí estaban ese montón de infantes cayendo y levantándose, berreando porque querían un dulce o montar en un cochecito de esos de juguete. La verdad es que los niños son un mercado inmenso que las empresas conocen y exprimen al por menor por la cantidad de pijadas que hay para ellos (exclusivamente) en el mercado. Se hacen libros infantiles, galletas infantiles y gilipolleces infantiles de todo tipo que cuestan un riñón. La televisión les bombardea a anuncios y si lloran lo suficiente, consiguen los productos hechos ad hoc para estos reyes o tiranos de la casa. Yo leí hace tiempo un libro no muy bueno en el que salían unos niños de la Norteamérica actual. No veas la cantidad de cosas que les compraban. Una cosa que me llamó la atención fue un ladrillo de chocolate. Con eso lo digo todo. Bueno, quizás el hiperconsumismo de otros lugares no ha llegado todavía a España pues las tiendas cierran a tiempo. Me parece que en USA, las tiendas están todo el rato abiertas y venden de todo lo imaginable. Pasando unos años, las ordinarieces y las extravagancias de todo tipo estarán ya aquí.
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