Afuera hace un calor de tres pares de huevos. Son las tres de la tarde del 27 de marzo de 2019. No sé dónde vamos a ir a parar. Ya no existen insectos que creaban humus, beneficiosos para las plantas. Las plantas se agostan antes de llegar mayo. La población de abejas desciende, no hay mariposas ni saltamontes ni otros insectos beneficiosos para el campo y para el hombre. El calor inmenso que empieza en abril (30 grados a la sombra), se va multiplicando hasta el verano de modo que hay noches en que hace 40 grados. He leído (y me lo creo) que hay en España 32 millones de personas que sufren el cambio climático por cuestiones como alergias, afecciones de la piel, respiratorias, por efecto del calor, etc. Las personas mayores y los niños, en verano, en España, sufren. No tenían que salir estudiantes en huelga los viernes sino media humanidad para reclamar a los putos políticos que la Tierra se está yendo al garete. Ni un grado más, ni una especie menos. Ni leones, ni escarabajos ni multitud de otros seres viven ya entre nosotros. El calor cruel y acerado se los ha llevado por delante. No hay hierba fresca en la campo ya, en marzo. Es terrible. Los pantanos se secan: inviernos secos y calurosos, primaveras anticipo cruel del verano inclemente, otoños en que no llueve, veranos durísimos. No hay transición en las estaciones. La gente debe protestar a los putos políticos o a la sociedad civil para que haga algo. Debe llover. Debe llover en España. Esto es un puto y asqueroso secarral de los demonios.
Cuando actúen ya es tarde.
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