Son las 11:30 de un sábado demencial. No hay gente por las calles desde las diez. Me acabo de dar una vuelta por Majadahonda, que tiene 70.000 habitantes. La Gran Vía está más desierta que el corazón de un mendigo. Da pena presenciarlo. Me he tomado una cerveza en un bar que ya anunciaba el cierre. Casi me he tenido que largar de allí porque me ha dicho el camarero que es hora de dormir. Madrid está a quince kilómetros pero no sé si en Madrid habrá algo de ver. No me entran ganas de ir porque tengo que hacerlo en autobús. La vida no se extiende más allá del felpudo de mi casa. La vida se está portando mal con los españoles de bien. La vida es un sinfín de irregularidades cometidas por estúpidos alucinados. La vida solo da la razón a los que dan gritos. La vida es ruido y furia en la boca de un demente. Y mucho miedo. Y mucha incertidumbre que da miedo. España puede caer en el caos más profundo si una serie de aprendices de mago pretenden jugar en el laboratorio de unas ideas asquerosas en boca de unos charlatanes chavistas o en boca de un ofuscado rabanero. Dios nos asista si queremos seguir viviendo en este país lleno de preguntas sin respuesta.
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