Ayer domingo estuve hablando con una chica mientras tomábamos café. Es una chica guapa y morena. Vino vestida muy formal. Hablamos de la Uned y de amigos comunes. Nos reímos poco. Yo le dejé un libro de cuentos escritos por mí. Le dije que me lo tenía que devolver. Estuvimos demasiado correctos el uno con el otro. No se citó el humor o el desenfado esa tarde. Debían estar en otros barrios o en otros ambientes, más despejados. Luego, la acompañé a casa casi sin querer y luego, me eché a andar a casa.
Tantum quantum, la vida sigue quizás como un tren o quizás como el viento, derecha a su destino. Las aceras recogen huellas sin parar, las conversaciones se amortiguan en el cielo azul que tanto perdura estos días por estos parajes.
Yo no me quejo; acaso he cogido algo de firmeza en mi manera de pensar y voy bien, como dijo el horóscopo que me iría en otoño. Las canciones suenan y suenan traídas del recuerdo acá y los años pasarán como saetas de un arquero incruento.
Las horas duermen sin decir ni mu y la monotonía crece como el agua.
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