Por fin, ayer, llovió a gusto, con ganas, a eso de la diez, cuando me despedía de mi novia y me vine a casa. Ese rumor de agua inédito durante meses, me devolvió a épocas pasadas, me llenó de satisfacción en lo que duró. Por fin llueve más de diez minutos seguidos. La tierra habrá acogido el agua como una bendición.
Pero hoy ha vuelto a clarear el cielo, como una venganza de lo que ocurrió ayer, como si el cielo dijera: tomad sequía y seguid con la racanería del azul que no da nada. Ayer, en una tregua que hubo en el cielo, a eso de las tres de la tarde, me fui a comprar. Quizás la vida se trate de aprovechar esas treguas que da el cielo, que da Dios a los mortales para que podamos hacer nuestra voluntad y no la de Él, que nos tiene un poco atemorizados con tantas guerras, dramas, confusión que llega de lo alto. El mundo se va al infierno por correo urgente, decía el borracho de la pensión sin saber que que se estaba cumpliendo su delirio de borrachera nocturna.
Lo triste es que vuelve esta sequedad inmunda a hacernos vivir una vida de carencia afectiva con las nubes que solo sobrevuelan nuestras cabezas inútilmente.
El agua debe ser querida, venga de donde venga, si no es con atropello.
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