La vida avanza: cada hora quizás es un dolor, un lloro inconsolable o simplemente un tiempo que se agota sin pena ni gloria. La vida es como un cuerda de la que se va tirando para que nos hagamos viejos; cada vez que tiramos se nos pasa un etapa. A mí se me han pasado dos etapas de la cuerda: la infancia y la juventud temprana. La cuerda va pasando y cada vez contamos con menos conocidos. La gente que hemos conocido se ha dispersado. La gente que iba en la cuerda ha desaparecido, ha aparecido otra gente diferente. Ya no hacemos las cosas que hacíamos cuando la cuerda era corta: rodábamos en bici, jugábamos al fútbol, bailábamos hasta las 7 de la mañana, íbamos a los pueblos a buscar novias, que nos llenaba de emoción. La cuerda ha ido escapando de nuestras manos y cada vez queda menos que hacer: escribir, leer, charlar. Ya no hay acción en la cuerda, ya nos quedan actividades sedentarias en el cuerpo. Pero bueno, aún queda cuerda e interés en que la cuerda se alargue y siga desenrollándose hasta el final. Que no es poco.
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