Está hoy nublado. Grandes barcos surcan el ancho océano. Rumor de altamar. Joselito canta su canción mientras bebe de su coca cola. La vida es despaciosa, tranquila como nadie o como Dios, que está en lo alto, en los cielos, en la justicia de los pobres y maltratados. Los ríos cada vez bajan más sucios y con menos agua, pero cuando recorren llanuras solitarias de gente parecen dioses de difícil comprensión para la mente humana. Los bosques están ardiendo como teas en el verano. Poco a poco, la gotita de agua va horadando la piedra; poco a poco, con la paciencia de un animal que espera la humedad para salir de su oquedad. Muchos muertos llevamos ya contados, muchos y más que seremos en un porvenir lento como un buey que ara. La muerte es escandalosa para el cerebro y lo mismo mata al ciervo que al cervato; lo mismo se lleva a la anciana que al joven que vuelve de la discoteca o de los campos o de echar un polvo a su novia. La muerte tiene los ojos cerrados para la gente. La muerte hay que saberla llevar. Sin embargo, la vida está aquí como un reguero, como una cuña, colmena de miel enteritamente llena.
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