No recuerdo un domingo más aburrido que este. Menos mal que he visto empatar a Suiza con Brasil, que no es ya el que era o es que los equipos ya se parecen mucho unos a otros.
El verano se ha presentado de sopetón, con 35 o más grados todo el día hasta las 9 de la noche que empieza a refrescar.
El mundial de fútbol entretiene unas pocas horas; luego me tumbo; luego, me echo un cigarro. Es lo que tiene este calor, que no permite acción física alguna.
Hablaré un poco de libros: he cogido de la biblioteca de Las Rozas una historia que me sorprendió desde el primer momento: un amigo que ve a otro desde hacía mucho tiempo y le comunica que le va a matar. Estoy deseando ver qué hay desde ese anuncio tan temible para el personaje principal, que es el narrador.
Este nuevo gobierno morirá engullido por ahora por las altas temperaturas, por las piscinas y las playas y el arrocito de mediodía. Después del verano, se hablará más de él.
Sigo sin conocer a nadie con quien hablar de libros pero el jueves quedo con una amiga que es muy literata en Villalba, en la heladería de al lado de la biblioteca.
La vida pasa lenta, muy lenta, metido en casa a la sombra. La televisión me trae el mundo en una pantalla. El periquito enseguida se sube a la barra para que le lleve a la cocina a dormir. Pero luego, por la noche, no me entra sueño y oigo la radio hasta tarde. Me voy a afeitar a ver si mato el rato.
El aburrimiento es esa masa de tiempo que se te viene encima sin forma ni atractivo alguno.
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