miércoles, 20 de junio de 2018

Los libros pueden llegar a ser grandes amigos y desvelarnos grandes verdades, sí, pero también aburrir y cansar si no los entendemos o si nuestra necesidad no consiste en estar encerrados en casa leyendo historias que nos son ajenas. Yo, que he vivido de los libros, que han sido mis grandes aliados toda mi vida, quizás ya no los necesite tanto y sí respirar aire fresco o descender por un río en una balsa a ver qué paisajes me encuentro.
No es que odie a los libros en su conjunto pero sí en determinadas ocasiones en que el clima es caluroso y nocivo para respirar. El aire se vuelve dañino y hay que estar en casa las horas de calor y cualquier invención de cualquier autor la juzgo como la autoría de un papanatas que ha ido poniendo un rollo de personajes a los que les pasaban cosas peregrinas y estúpidas en esas horas de calor en que leo. O sea, que los libros leídos como por imposición del calor y de no poder hacer otra cosa; los libros leídos por la imposición de tener que estar en casa a cubierta del calor; los libros que rondan la mesa del comedor y los coges por puro aburrimiento a ver qué ponen o qué cuentan. Esos libros son penosos y las historias que hay en ellos me parecen tan ajenas a mi problemática de hombre aburrido que no me sacian sino que me ponen de mal humor. Una chica que pelea con un chico y descubre el sexo tumbada sobre él. Por favor, eso ya está muy visto. Un club de gente rara en París que oye jazz. Incluso la historia de un amigo que le dice a otro amigo, después de mucho tiempo sin verlo: te voy a matar. Menudos rollazos y lo peor es la literatura por la literatura y presumir de cultura en una novela poniendo nombres y más nombres de calles de París y de jazzmen y de descubridores de las américas. Menuda mierda. Me gustaría estar en el metro esperando un tren o por una calle de Toledo u oyendo una canción de Sabina en una taberna rancia donde va a haber un inminente crimen o en Segovia con algún amigo segoviano riéndome de algún chiste y no ver esos libros absurdos con sus historias muertas más que muertas esperando a que las resuciten mis ojos que no tienen ganas de que les cuenten que un personaje habla muy culto o a otro le pasan cosas extrañísimas pero que a mí me importan un rábano. Y es que los libros deben ser para el invierno, creo yo.

Los libros, esos desertores de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario