Hoy está el día como descabalado y sin riendas, como horas abortadas que no se llenan ni de amor ni de trabajo. He hecho, eso sí, unos espaguetis a la boloñesa muy ricos, pero las horas siguen pasando sin rumbo ni sustancia. La vida, eso que nos va rellenando la existencia de horas que engordan la desesperación, no pasa a gusto por mis neuronas ni por mi corazón.
Habrá que hacer algo esta tarde, a partir de las cinco, que será escribir mi gran novela porque solo tengo una que es grande. Las demás están escritas o en el aire, pero no son mías.
En Chinchón, la plaza reluce para los visitantes y en Ocaña, la prisión, si es que todavía existe, cancela la vida de los delincuentes y de los que han matado su ilusión, que a lo mejor era su mujer y no lo sabían.
Es tarde para quejarse. Lo hecho, hecho está. A lo mejor me apunto a uno de esos programas online de búsqueda de parejas y me encuentro con alguna escritora como yo que quiere publicar sus obras. Me da igual que sea viuda. Lo que no quiero es una divorciada con hijos pues son una carga más de las cargas que llevo en la cabeza.
Deseo compartir la vida con alguien, aunque ya la comparto con mi hermano y con mi aburrimiento de las tardes y las mañanas primaverales de febrero. Y es que por San Valentín, el invierno toca a su fin.
Comparte tu vida, pues la vida es una carga para uno solo.
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