jueves, 27 de febrero de 2014

Un jardín sin transitar, senderos puros.
Un cielo de amor, quieto de pájaros.
Fruta dulcísima pendía gozosa.
Un hombre muy bueno hablaba de lo eterno.
No había dolor mientras se andaba.
Un campanario lejano mágicos golpes de bronce lanzaba.
Era el aire un símbolo de la pureza del mundo.
Nacían continuamente abundancias nuevas.
No existía la muerte en aquel rincón inexistente aún.
Pero quizás la imaginación de tantos lo hagan posible algún día.
Aunque Dios nos quiera muertos.
Aunque el tiempo nos deshace.
Aunque sólo hay un mundo.
Después de una vida, después de las horas, después de pensar,
quedará siempre la muerte que nos prohíbe lo eterno nuestra propia conciencia de vivos incrédulos.
                                                                                                                                                             

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