Cuando la muerte se lleva a un ser querido, algo se lleva de ti. Y a ese ser querido no lo volverás a ver. Quedará su recuerdo.
Siempre será grato y doloroso a la vez recordarlo, siempre habrá un hueco que no se volverá a llenar en los afectos, en los momentos, en las necesidades.
En los primeros momentos, su recuerdo será una obsesión. Tu cabeza no parará de preguntarse por qué y por qué no. Y no habrá respuesta alguna. Si se cree en otro mundo como si no. El muerto ya no está entre los vivos. Ya no se oye su voz.
Y luego aparece una calma inquieta, un dolor tranquilo que te acompaña un tiempo largo hasta que cubres el espacio que dejó ese ser quizás con otras cosas.
Y siempre queda el recuerdo en la familia de ese ser desaparecido porque era bueno, porque era alegre, porque le queríamos.
Y ya no está. Y se enfrentó él solo a la muerte y no quiso decir nada a nadie.
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