Es ya la medianoche. Me apetece escribir algo aunque no tenga importancia, ni lo que escribo ni el hecho de escribirlo. Voy a pensar que estoy en una playa. La arena sujeta mi cuerpo, las olas se oyen cercanas. Al fondo se divisa el ancho mar. Una brisa viene del mar hacia mi cara. La luna está en lo alto, dando tenue luz.
Me saco un cigarrillo de mi bolsillo de la camisa, prendo fuego, aspiro el humo, muy lentamente, y disfruto de la soledad de la playa entera. Pienso en lo grande que es el mar, lo inmenso que es, el montón de cosas que caben en él y me tumbo en la arena.
Meto mi mano en el bolsillo y palpo el billete de regreso en autobús. Puedo pasar la noche entera aquí, pienso, quizás la marea moje mis pies si me duermo, pienso, quizás debería regresar ya, pienso. Luego no pienso en nada. Me quedo así, tumbado, sin pensar, sin notar nada, como si levitara, mi mano apretando mi billete de vuelta, mi billete de vuelta. La luz roja del sol es inmensa, es como el mar, es como mi sueño escrito. Ando unos pasos hacia las palmeras y un perro me ladra. Debe ser primavera, mayo quizás. Me encuentro con un hombre que vende cosas, ya casi llego a las primeras casas. ¿Y si no volviera? No sé qué hora es. Mi vida ha pasado rozando la esperanza de no ser pero me encuentro frente a un autobús que ha de llevarme adonde yo soy y volveré a dejar el mar a mis espaldas otra vez.
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