Si me hubieran preguntado, yo habría dicho que quería ser escritor. Pero nadie me preguntó. No bebo ni fumo porros, las mañanas se agolpan en mi pecho como pegajosos caramelos de fresa. Hay una vecina a la que no le gusta que haya cortinas en el comedor y hay un perro carnicero que se podría comer a esa vecina. Los espaguetis están en el agua cociendo mientras mi imaginación corta rebanadas de vida insulsa, que no se pueden comer. Las ratas se dieron un festín en el sótano, con los cadáveres de las estrellas de rock que salían en la tele hace mucho tiempo y ahora, no salen. El sida se adelanta a la muerte y afecta a gente indecente o no, eso no se sabe a ciencia cierta. La vida me recorre muy lentamente la frente y me la hace trizas y dudas, unas y otras todas malas de vivir.
El pueblo en el que yo nací no tiene más interés que una bandeja de torreznos y una gaita que toca al sol. Pero ni eso. Mi pueblo no tiene interés de nada. Mi pueblo es como un caparazón vacío de sentimientos.
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